En lo que se refiere a una serie de lecturas recientes, todas ellas parciales y fragmentadas, relacionadas con un pequeño trabajo de investigación relativo a la noción de Conflicto en espacios de consenso (cultural), no he podido evitar sentir una fuerza de atracción propia de un imán. El heraldo popular recita periódicamente eso de ‘los polos opuestos se atraen’, en clara referencia metafórica a las relaciones sentimentales entre humanos. Decir que un estudio sobre el Conflicto y una emergente inquietud por los movimientos activistas es como hablar de polos opuestos me parecía a priori evidente. Por una cuestión de gustos personales. Pero estos últimos meses parecen haber confirmado, al menos en parte, lo que el refranero popular convoca.

Dialogar con el conflicto me ha dado como respuesta ‘Sobre Políticas Estéticas’ (2005), de Jacques Rancière, o ‘Un Mundo Común’ (2013), de Marina Garcés. Ambos, en parte y de manera involuntaria (supongo), me ofrecen cuestiones que de algún modo que aún no consigo aprehender superan la dicotomía planteada por Chantal Mouffe del ‘todo nosotros conlleva un ellos’ (‘Democracia y Pluralismo Agonístico’, 2006), que lleva a pensar de una manera otra en la noción del nosotros.

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También cabría señalar que, en estos últimos días, he vivido una suerte de desplazamiento en lo político (Maurice Marleau-Ponty) que me ha llevado de la social-democracia, al comunismo, para, en última instancia, encontrar un asidero en la zona del tablero ideológico más calmada, paradójicamente hablando, como lo es la anarquía.

Si del conflicto al activismo hay un abismo, no quiero pensar que existe entre el activismo y la anarquía.

Rubén Oliva, 2015.

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